jueves, 15 de septiembre de 2016

Del diario de Adonai, "el Autónomo"

Vine al festival con el deseo de dar la libertad a mi pueblo.

La nigromancia para nosotros era algo más en nuestras vidas diarias, un poder que desapareció hace años y cuya ausencia nos hacia desdichados.
Hablé con varios de vosotros y me comentasteis que la personificación de ese poder, aquel que llamaban Thanatos o Lord Muerte, fue un usurpador ansioso de más poder, pero, ¿acaso se le hizo un juicio?, ¿acaso se le permitió enmendar sus crímenes?.

Permitimos que nosotros los mortales rectifiquemos y ¿por qué no dar esa posibilidad a un Lord?.

Reí y disfrute de cada momento, trabaje duro hasta el punto de ser conocido como un Autónomo, nombre que surgió al charlar con 43 un ser que se proclamaba "autómata" y que me hizo sentir un poco identificado.

Compartir ilusiones con el campamento Azul, ya que su espíritu de libertad me lleno de ilusión para seguir con mi cometido... (y por que pagaban mejor)
Estuve activo todo el tiempo que quise, he incluso pude ver de cerca las 3 banderas de los campamentos, dos incluso las toque.

Finalmente gracias a unos cuantos, rompimos las cadenas y como era mi sino ofrecí la vida para que mi señor volviese a pisar el mundo de los vivos y así poder expiar sus crímenes.

Devuelto a la vida por él, queda mucho trabajo por hacer, pero con ilusión y un fuerte espíritu todo es posible.
Gracias, habitantes de Versum, un saludo Adonai, el Autónomo.


martes, 6 de septiembre de 2016

El cristal de Oberón

Mirad para lo que sirve Entropía. Esto sucedió antes del último Festival:

El alba próxima estaba; El calor de aquellas primeras luces resultaba reconfortante tras el fresco de la noche, los pensamientos se avivaban y con un ánimo más despejado al día se saludaba.

Sentada a la orilla de las aguas y con la mirada perdida en el infinito aún portaba el pergamino que hacía dos noches había llegado a sus manos.

El mundo del emperador Ha-Qadosch, uno de los más cercanos a la Emperatriz, había sido consumido por la Nada.
Tiempo hacía que la Emperatriz le había visto decaer; envejecido y debilitado, presa fácil era para los siervos oscuros, mas desconocía la causa de su rápido abatimiento.
Lo que de su mundo había quedado pertenecía ahora al Emperador Entropía, quien al parecer pretendía sacar provecho de lo poco que había quedado de la devastación. Qué había sido del Emperador Ha-Qadosch lo desconocía……

- Hace una luna vi una estrella caer….. Y hace tres noches un mundo dejó de palpitar…
- Sorprendente me parece que un duendecillo como vos pueda distinguir tan claramente la luz de un mundo a la de una estrella. Tan distantes son que a veces yo misma los confundo. - Respondió la Emperatriz
- Sus maneras encuentra uno…...
- Ojalá mi visión me permitiera ver con más claridad los otros mundos.
- Maneras las hay, mi Emperatriz, saber cómo es importante.
- La visión espiritual tiene sus límites, no puede trascender los mundos.
- Un objeto hay que lo hace…..’’ - la Emperatriz le miró suspicaz. ‘’ Las hadas a buen recaudo lo han guardado durante tiempos ya olvidados…..
- ¿A qué objeto os referís?
- ‘ El cristal de Oberón’ lo llaman ; muchas cosas se pueden ver a través de él…. cosas más allá de vuestra creación….
- Nunca oí hablar de él. Me desconcierta saber cómo un objeto con tal poder haya podido acabar en manos de las hadas. ¿ Dónde se encuentra?
- Perdido es ……pues después de la batalla extraviado fue. Saber cómo y dónde buscar es importante, mi señora. Bueno soy en eso. Si lo desearais, permitidme que indague y averigüe acerca de ello.
- Me satisface en verdad. Hacedlo, y sed discreto.
- A vuestra merced, Emperatriz. Me lleve un día, una luna o una estación, lo que pueda os prometo hacer.

Y con una sonrisa de lado a lado corrió colina arriba hasta desaparecer.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Ni una cinta más

"Ni una cinta más" dijo Lord Ulfric antes de partir a la batalla final... y así fue, ni una cinta mas.




Crónica del Caminante Silencioso

Crónica del Caminante Silencioso - 36. Ilme

Una negrura infinita rodeaba los astros. Cabalgó durante un tiempo sin fin a lomos de un cometa de frío hielo hasta alcanzar el límite de la aurora. Giraba despreocupado con su cuerpo infinito moteado por ardientes estrellas. Presenció el surgimiento de universos y contempló cuando su tiempo se acababa. Y bailaba. Entre nubes de gas y átomos dispersos giraba con todo el firmamento a través de las constelaciones.

Pero alguien le llamaba. ¿Acaso no estaba solamente él y su amada esquiva a la que nunca podría ver? Con quásares como oídos y púlsares como ojos centro su cósmica atención en un insignificante planeta dentro del cosmos. Flotó hasta él, aunque siempre había estado allí, al igual que en todos los demás lugares.

El mundo de cerca variaba mucho. Verde, azul y blanco se mezclaban. Su cuerpo fue haciéndose más pequeño para que el planeta pudiese albergarlo. Su consciencia se transformó en una brisa que recorrió los campos buscando a aquellos que le habían dado un nombre.

Pensó lo extraño de tener una palabra para ti. Antes era, pero ahora era algo. Quería conocer a aquellos dioses capaces de obrar tal milagro. Y, por primera vez en eones, sintió. Ese primer sentimiento de curiosidad provocó tormentas y nubes, pero aprendió a controlarlo. Y entre rayos y relámpagos llegó a un círculo de piedras donde pequeñas figuras apenas vestidas y cubiertas de pelo se arrodillaban.

Voces se alzaron gritando su nombre. Algunos de esos seres derramaron líquido por su parte superior. Extendiendo su suave cuerpo lo tocó y halló frío y calor, miedo y valor, hambre y desdicha. Las palabras no tenían mucho sentido para él pero aquel que comprendía el orden y el caos, tanto del pequeño quark perdido en el vacío como de las imponentes supernovas. Y le habían llamado. Se merecían un regalo.

En lo alto una estrella brilló con fuerza. Para que le recordasen la sacó de su cuerpo y la dejó fija en la cúpula del mundo. Marcaría siempre el mismo lugar y así podrían buscarle siempre que quisieran.
Pasaron siglos entre las corrientes de los vientos solares, contando electrones perdidos y descansando en la tibieza de las enanas marrones. Y una vez más volvió a escuchar su nombre repetido por toda la existencia. Esta vez no solo le llamaban sino que entendió que le imploraban ayuda. Sintió la emoción de la felicidad, cosa que le extrañó pues nunca había necesitado ser querido salvo por el inalcanzable amanecer. Volvió a flotar y concentrarse en esa pequeña piedra.

En el mismo lugar verde rodeado de azul unas figuras con capas ligeras y oscuras. Esta vez habían encendido pequeños destellos alrededor de las piedras. ¡Le estaban regalando parte del alba! Se sintió agradecido y por ello hizo que su cuerpo se pareciera al suyo.
Una sombra sólida, moteada de puntos blancos y galaxias brillantes se irguió ante temerosos seres. Uno de ellos, que destacaba por una parte superior con largas hebras de plata, se acercó y se arrodilló ante él. Las palabras se emitieron pero las emociones se percibieron. La negrura extrajo de su interior un trozo de asteroide y se lo entregó como obsequio. En lo alto, por primera vez una luz plateada se abrió paso entre la noche para que esos seres pudiesen vivir sin miedo.

Una estrella de neutrones giraba con fuerza. La radiación que emitía le hacía cosquillas en los sistemas solares que contenía. Pero aunque disfrutaba echaba de menos a las pequeñas criaturas. Decidió ir por su cuenta y durante una larga temporada les observó. Vio nacimientos y muertes, caídas y victorias, traiciones y honores. Todo eso era incomprensible para él pues no había astros buenos o malos, pero le maravillaba cómo podían decidir y los ingenios tan sorprendentes que sus escasos recursos les permitían. Aunque lo que más le atrajo no fueron los imperios o lo grandes buques alados, sino el pulso vibrante que notaba bajo la misma piel de la isla de color verde. Esmeralda aprendió que la llamaban. Y disfrutó como un amante al pasar surcando entre las gotas de rocío que se ponían en los trozos que se llamaban vegetación. Y cuando llegó el momento su cuerpo adquirió el color de los que le llamaban, y su rostro rindió homenaje a las bestias que al ver su regalo en el cielo aullaban de felicidad. Pero en su capa seguía brillando el cielo.

Su forma física era extraña y provocaba miedo y admiración por partes iguales. Personas de la raza mujer le rodearon y pidieron un gran favor, una historia. Les contó con el lenguaje que había aprendido cómo en los primeros tiempos, cuando no era ni una consciencia, el amanecer y el eran un solo ser, hermanos si es que el término se puede aplicar a conceptos de tal magnitud. Pero llegó un momento en el que un violento estallido tan brillante que se hizo oscuro les separó por toda la eternidad. También les habló de las maravillas del la existencia, de los límites de la realidad y cómo se abrían cada vez más sin que supiera el por qué. Sin embargo, lo que más impresionó a su audiencia fue cuando polvos de diamante cayeron de sus ojos al relatar que no había ningún lugar más sorprendente que el corazón de la tierra que en ese momento pisaban.
Volver a su hogar fue más duro en esta ocasión. Ver brillar los rayos gamma a través del polvo estelar le hacían sentir vacío. Y no le reconfortaba ni calentaba el corazón de las gigantes azules. Moldeaba el polvo lunar con las formas que había conocido y se inventaba historias imaginando que algún día podría volver a contárselas a la propia isla y sus habitantes. Entonces sintió dolor. Un desgarro en su ser arrancó parte de su existencia. Volvió su percepción al lugar del daño y vio la más terrible de las pesadillas. Un aro de luz estaba siendo devorado por un vórtice en cuyo centro no había nada. Planetas, estrellas y galaxias sucumbían y desaparecían. Su ansia sin fin estuvo a punto de costarle su propia vida y solo el estallido de una hipernova logró enviarle lejos del olvido.

Maltrecho vagó al único sitio que realmente quería proteger. Al llegar allí casi murió al ver el planeta engullido por la misma nada. Se quedó quieto, esperando su final. Y fue entonces cuando sucedió el milagro. Voces amigas llenaron el resto de su ser y le llamaron. La Isla Esmeralda había sobrevivido y le reclamaba. Y el espíritu del cielo nocturno acudiría en su ayuda. Algo ocurría. Según su cuerpo astral se desvanecía y partículas de carbono y nitrógeno comenzaban a formarle un caparazón de carne y extraños cánticos rozaban su mente. Formas de bestias peludas, de colmillos sangrantes y garras negras se formaron ante él, moldeando la distribución de sus moléculas.


En un aullido de dolor extendió los brazos y negro cabello los cubrió en parte. Las manos se extendieron y alargaron, curvando sus uñas y afilándolas como garras. Era la noche, la luna, la caza. La visión se nubló un instante, y al abrir de nuevos los ojos habían adquirido el color inifinito del cielo sin estrellas. Lo veía todo en grises. Y en rojo. Un estallido destrozó sus tímpanos y orejas largas y puntiguadas se abrieron paso a través de su cráneo. Escuchaba a sus enemigos. Oía su respiración. Pronto saborearía su sangre. El ozono se transformó en un olor ferroso cuando un húmedo hocico creció en su frente. Era preciso y nada se escaparía. Todos eran su presa. Venganza y rabia. Ira y furia. Todas esas emociones eran nuevas. Desgarrar y masticar. Nada más importaba. Nada más. Aullidos. Pero palabras nuevas se alzaron y le llamaron por su nombre. Palabras de la Isla. Recordaba quién era. Sabía qué necesitaban. Conocía a quién adoraban. Y ni uno ni otro eran suficientes. El primero era inconcebible en su magnitud. El tercero no tenía poder. Era el segundo, una mezcla de mito y realidad, caos y orden, el que podría ayudarles. Y de paso así mismo. En su costado, forjado con materia oscura surgieron espadas. En sus labios una sonrisa. La invocación había funcionado.




¿Me puedo comer a ese?

Diario de Ricard du Lamuigne

Del diario de Ricard du Lamuigne

Tiempo a que no escribía en este diario, demasiado quizá.

La última anotación corresponde a la Batalla de los Anhelos, horas antes de sufrir la amarga derrota que nos obligaría a abonar lo poco que quedaba de nuestras tierras natales y refugiarnos en este último bastión. Conseguimos ganar tiempo suficiente como para que los no-combatientes escaparan, pero lo pagamos con sudor, lo pagamos con sangre y sobre todo lo pagamos con vidas. Para cuando la batalla hubo terminado tan sólo 8 de nosotros habíamos sido capaces de regresar, malheridos y desorientados.
Aún puedo ver la cara de Leonie arrastrada por la multitud. Ningún hombre atrás, ¿eh? Supongo que es algo que nunca podré perdonarme. Sin embargo eso es tiempo pasado, y para seguir adelante hay que vivir el presente...y tanto, he rozado tan de cerca la muerte estos últimos 4 días, incluso literalmente, que estoy agradecido de vivir... aunque supongo que si por algo estoy agradecido es por ella.

Indira, mi musa, mi dama, mi señora... mi todo. Con ella volvió el verso, volvió la rima, volvió en definitiva la poesía y con la poesía volvió la pasión. Ahora duerme, tendida en la cama a escasos metros de mí, me cuesta no desviar la mirada cada pocos segundos para asegurarme de que está ahí, de que está a salvo y sobre todo que no es un sueño y en algún momento me despertaré de nuevo en la guerra. Está agotada tras estos largos y peligrosos días, después de todo lo que ha pasado es normal, además en breve esperaremos una niña, si es cierto lo que la Dama del Bosque ha prometido y al menos un servidor no tiene ninguna duda de que lo es. Vuelve a agitarse y me distrae, aún se estremece en sueños y le nombra en susurros... Lord Thanatos.. Maldito sea su nombre, casi me la arrebata de mi lado, sabe dios qué encontraré la forma de volverle al agujero del que nunca debió salir. Pero me estoy desviando otra vez…

Nuestra llegada a la Isla, la de los ocho restantes de los nuestros, a saber el Capitán Armand Du Portheau, el sargendo Bertrand Du Fuster, el Conde Rene de La Fere y los mosqueteros Gabrielle LeChat, Lucien Delacroix, Alphonse Simon Souri y un servidor Renard du Lamuigne, además del sirviente de nuestro capitán Joaquín... maldita sea, siempre me olvido del apellido de ese pequeño gran bastardo, si fuera la mitad de cucho con la espada de lo que es de aguililla sería el hombre más temible del mundo.... Pero bueno, cómo decía, nuestra llegada a la Isla fue ajetreada sin duda y fuimos asignados al campamento verde por nuestro perfil de unidad de élite del ejército de su excelentísima Emperatriz, nada que nos sorprendiera, pese a la fama de los mosqueteros seguimos siendo una unidad de combate y no todo es alcohol, mujeres y risas con nosotros, cuando se nos necesita en batalla ahí acudimos los primeros, prestos y listos.
Allí Lord Ulfric, gran guerrero y líder tuvo a bien nombrar a nuestro capitán general del campamento pese a que había otros hombres igualmente cualificados, eso haría recaer la formación en el sargento, algo que no iba a gustar al resto de miembros del campamento pero que sin duda sabrían agradecer llegada la batalla. Du Fuster puede ser un hombre recio y duro, de hecho siempre lo es, pero cuando te estás jugando el pellejo sus lecciones marcan la línea que separa morir de vivir y en definitiva caer derrotado de salir vencedor.

Así durante la instrucción apareció ella, mi musa, sólo con verla algo dentro de mí se puso en marcha, algo que llevaba muerto mucho tiempo, algo que pensé que me había arrebatado la nada... Sí, mi capitán, si algún día lee esto no es lo que usted está pensando lo que se puso en marcha...o bueno, al menos no sólo eso y no es a lo que me refiero ahora. De alguna forma la inspiración había vuelto, la capacidad de componer que me había arrebatado la guerra me la devolvía ella con tan sólo una sonrisa y una caída de ojos ante mi guiño... tenía que conocerla a toda costa, poco me faltó para abandonar la formación allí mismo, así que al terminar la instrucción con el resto de mis hermanos salí en su busca. La encontré y pese a que los versos brotaban con vida de nuevo sólo tuve valor para preguntarle su nombre, sonreía tímidamente pero cuando conseguí hacerla reír su cara se iluminaba cómo el mar cuando amanece y su graciosa naricilla se ponía blanca con el gesto... y esos ojos, profundos cómo ellos solos, podría haberme perdido allí para siempre, quizá de alguna forma lo he hecho... y no me arrepiento de ello. Indira, dejo a fuego grabado en mi piel su nombre.

Tras eso la rutina habitual, organización de las guardias y los roles en el campamento, algo más de instrucción, y ponerse en marcha para demostrar quienes deben ser los adalides y quien el paladín de la Emperatriz Imperial, todo ello tan importante... y todo ello me daba igual, yo me moría por volver a verla. Así salí en de nuevo su busca y de alguna forma me resultó tremendamente fácil, supongo que la fuerza del amor, o la energía de la pasión, quizá... quizá que vistiera de amarillo y rojo y se la viera a una legua, ¿quién sabe? Cuando hablé con ella los versos surgían solos, brotaban desgarbados y elegantes ensalzando su belleza y el amor que aunque yo lo desconocía ya empezaba a profesar por ella. Sin embargo no pudo dedicarme mucho tiempo, pues incluso mucho hubiera sido insuficiente, estaba preocupada porque estaba muriendo su gente en circunstancias extrañas... al igual que algunos de los nuestros. La tristeza en sus ojos hizo encogerse mi corazón y palpitar mi sangre con rabia y furia, aún recuerdo los últimos versos que le dediqué, si acabar con tu preocupación es la última forma de volver a verte, entonces por los dioses que lo haré, convenceré a la misma muerte.

Y así salí a su encuentro al de Ella, pude encontrarla después de que le arrebatara la vida al pobre Lucien, ojala hubiera llegado a tiempo, la busqué con la mirada, movido por mis sentimientos hacia Indira y de alguna forma la encontré y pude verla. ¿Mi señora? Antes de acabar conmigo, me permitiría unas palabras? Le dije y asintió tenebrosa. Empujado por el amor los versos llegaron, le explique la situación en la que me hallaba, lo que sentía, todo aquello que pasaba, asintió y sin más me pregunto que era aquello que anhelaba, si cómo otros hombres buscaba pasión o dinero, yo respondí nada de aquello buscaba, tan sólo el amor verdadero. Rogué entonces que detuviera su caza de los hombres vivos y, si ella así lo estimaba, me llevara. Sin embargo no lo hizo, tan sólo me dijo que aquello que tenía, que lo conservara, que el amor verdadero es el poder mayor de la existencia y que de el sacaría las fuerzas que muy probablemente necesitaría para salvar aquello que amara... no sabía hasta qué punto tenía razón, quizá en aquel momento ella ya lo supiera. Y sin más se despidió, dejándome vivo y sin palabras, a mi... sin palabras, algo que sólo Indira y ella han conseguido.

Tras eso corrí para encontrar a Indira, sobrevivir a la muerte era la prueba de que mi amor era amor y no simple enamoramiento, corrí y corrí cómo loco, impulsado por el viento y a lo lejos la vi, reunida con su gente en su campamento. Caminé hasta ella, le narré mi gesta y mi suerte, cómo mis palabras de lo que sentía por ella habían convencido a la misma muerte. Sin un atisbo de duda en mi corazón hinqué rodilla en tierra, quitándome el sombrero, la mire a los ojos y busqué las palabras necesarias, le hablé de cómo lo que pensaba es que era mi musa sin darme cuenta de que se había convertido en mi dama y cómo no veía en mi ningún otro sino salvo que ella me hiciera el hombre más feliz casándose conmigo. Sin dudar ni un instante, sonrió y sus ojos brillaron, pronunció un sí lento, hablando despacio y durante unos segundos que fueron eternos nos miramos. Fue llamada de vuelta con su gente antes de que pudiera pedirle tan sólo un beso pero se giró con una promesa en sus ojos y no pude más que mirar cómo se marchaba. Corrí en busca de mis compañeros, veloz cómo el rayo encontré primero a Armand, Bertrand y Lucien. Mi capitán, hermanos me caso! ¿Contra quién? Preguntaron al unísono, emocionados y con ellos me fundí en un abrazo cómo sólo puede hacerlo un hermano.

Tras eso visitaríamos por segunda vez a las hadas, tras la primera con el Lord para darse a conocer, esta vez querían ver a los mosqueteros, nos preguntábamos porque, al parecer la dama del bosque había decido ir poniendo cuernos a aquellos que pasaban cerca de nosotros, por hacernos felices... y lo consiguió, pues buenas risas nos ganamos con aquello pero lo mejor estaba por llegar cuando un hada enamoró a Lucien con un elfo. Eso nos va a dar años de risa y la capacidad de gritar cada vez que viene su enamorado Lucien, viene tu elfo.

Todo se prometía feliz y tranquilo pese a las batallas y rencillas con otros campamentos parecía que el verde iba camino a alzarse con su victoria y esa misma noche me casaría. Pero si algo nos ha enseñado la vida es que las cosas que merecen la pena nunca son fáciles, algo me olí al ver correr a Daena huyendo del campamento rojo, cuando me acerqué había gran algarabía pero en ningún lado pude encontrarla, en ese momento apareció una extraña criatura y llamé a mis hermanos del campamento verde que se dirigían a la batalla, honrando nuestra alianza con el rojo allí se presentaron, sólo para descubrir que el limbo había cerrado y había desaparecido la muerte. Una miembro de los caballeros de Caronte a la que conocía de haber invitado a la misma muerte a mi boda me contó lo sucedido, la muerte había sido traicionada y mediante un ritual con Lord Entropía de alguna forma encerrada con oscuras intenciones. Sin embargo los traidores habían sido marcados y Daena estaba entre los sospechosos cómo me olía así que marqué cómo mi objetivo hacerla pagar y entregársela a la muerte, cuando equivocado estaría. Sin embargo estaba encerrada a salvo con los magos, cómo lo estaba mi amada, no podía entrar a su sala, no hasta que una de sus compañeras me entrego una llave diciéndome "para que veas una última vez a tu amada", me cambió la cara, ni siquiera supe darle las gracias. Entre presuroso y pregunté qué demonios era lo que pasaba y ella me contó triste que también estaba marcada, no sólo eso, sino que engañada por los servidores de Thanatos y Entropía ella había finalizado el ritual y su marca no podía ser borrada. Perdido cómo estaba debía encontrar una forma de resolverlo sin embargo si no los propios magos sabían que podía hacer un simple mosquetero... estaba claro, lo que siempre hacemos.

Intenté evitar que se la llevaran, la dejé inconsciente y deje que sus compañeros la ataran pero la llamada de Lord Entropía resulto ser inevitable y se esfumó ante nuestros ojos, sus compañeros estaban perdidos pero de alguna manera yo sabía dónde estaba y sin saberlo mi siguió aquella que era conocida simplemente cómo La Maga. Corrí a las puertas del limbo, otrora cerradas para verlas abrir y emerger de ellas Entropía y un ser oscuro, allí querían consumir a mi amada algo que no permitiría, cuando Entropía intentó derribarnos me mantuve en pie con una fuerza que no recordaba pero si sabía de donde provenía, lo miré y caminó hacia mi enfurecido, no entendía cómo un simple mortal podía haberse resistido. Me preguntó cómo era posible y pedí que la soltara, ante su negativa, arrojé mi sombrero y estampé mi guante en su cara... valiente osadía y estúpida jugada, me ganó en mi propio terreno, cuerpo a cuerpo, espada a espada. Me vi morir y sólo podía pensar en ella, había fallado y jamás podría volver a verla… pero la muerte intervino en mi defensa, contó mi historia y pidió que perdonara mi afrenta y, para mi sorpresa, Entropía aceptó poniendo cómo condición que diera un paso mi amada, para comprobar si era realmente amor aquello que nos impulsaba. Aquel hombre cumplió con su palabra y pude recuperar a mi Indira amada, nuestro primer beso a las puertas de la misma muerte consiguió liberar mi alma atenazada, estaba viva y nada más importaba. Sin dudarlo me la llevé de allí y me mantuve a su lado sin separarme de ella ni un metro, ni un ápice, tan preocupado me encontraba que incluso olvidé mi propia boda, cuando nos hicieron llamar no estaba preparado y a la hora de casarnos sólo pude aportar un voto improvisado, sin embargo, con René cómo padrino a un lado y mi amada al otro junto a su madrina La Maga, rodeado de mis hermanos mosqueteros, pese al caos de nuestro alrededor todo era felicidad y puro gozo, por unas horas al menos.

Tras eso fuimos a dormir y disfrutar la noche de bodas, sin saber tras el poder oscuro liberado si sería la última o que acontecería mañana. La mañana siguiente era la gran batalla, pese a estar todo decidido debíamos presentarnos y mostrar nuestra fuerza al azul y al amarillo y honrar nuestra alianza con el rojo. El campamento amarillo plantó cara y fuego, todos ellos sorprendentemente, el campamento azul... bueno, que puedes esperar de una banda de piratas más que te hagan reír y suelte bravatas. Finalmente la victoria, aunque luchada fue completamente nuestra con la inestimable ayuda de nuestros ahora hermanos del campamento rojo, valientes guerreros, arqueros y magos. Y con esto llego la despedida, no sin que Entropía apareciera preguntando si alguien más se uniría a él en aquel instante, me miró por un segundo y aproveché para recordarle “Mi Lord, aun me resta otro guante.”. Los Mosqueteros de la Emperatriz son leales a una única persona sobre todas las cosas, cómo recita su mismo nombre.

La situación es turbulenta en la isla esmeralda ahora, pero aún tendremos un año de descanso hasta que lo que aquí se ha iniciado se desencadene en el próximo festival. Espero que podamos volver a estar todos aquí pero quizá el deber nos llave a combatir a la nada más allá de las aguas que delimitan esta isla, quizá deba volver yo sólo para asegura la seguridad de Indira, o quizá deba volver con ella si quiere reunirse con su campamento. Aquí cierro este diario, esperando que la próxima entrada traiga buenas nuevas cómo al final ha traído esta. Ahora vuelvo a mi lecho donde espera Indira, mi musa, mi dama, mi todo, mi amada, para la que dejo aquí los votos que me hubiera gustado leerle de haber tenido el tiempo de componerlos:

Tus ojos que al mirar me dan la vida
tu sonrisa la que libera mi alma
tu voz que es mi mar en calma
son tus besos mi única salida

Es tu pelo rojo cómo rubíes
tu mirada hacia arriba cuando piensas
aquello que destruye mis defensas
tu naricilla blanca cuando ríes

Sin todo esto tan sólo sería
cómo cadáver andante otro muerto
por estar contigo sin dudar daría

lo que tengo hasta quedar desierto
porque sin ti nada me faltaría
ojalá no sea un sueño y sea cierto.

miércoles, 31 de agosto de 2016

Los Nómadas de la Bruma

Extracto de la Biblioteca Imperial:

Entre las nieblas y el rocío, con las primeras luces del alba, los Nómadas de la Bruma hacen su aparición. Viajando a través de las noches, las estrellas y los sueños, esta Buena Gente ha llegado a la Isla Esmeralda.
Una troupe errante, pues así quedó escrito el día que abandonaron su hogar, peregrinan de campamento en campamento, al son de sus instrumentos y sus risas, contando historias más antiguas que el propio tiempo, mercadeando con pociones y deseos.
Cuídate, no obstante, de sus bromas y su sentido del humor, pues es diferente al que conocemos, pero, sobre todo, piensa en lo que les pides, las historias que comienzan alegres pueden tener finales amargos, como la vida, y los seres feéricos no deben ser tomados a la ligera, a fin de cuentas no son de este mundo.
Canción popular.
Y si debemos fiarnos del relato del viejo Carlion, el invierno pasado la troupe estuvo tres noches en una claro cercano a su aldea, y estas eran las gentes que la componían, aunque según el mismo dice probó su vino, y habló largamente con ellos, quien sabe…

Beldar.
Antiguo aprendiz de mago sufrió un accidente horrible con fuego alquímico en sus primeros años, lo cual lo desfiguró y le impidió practicar las artes arcanas. Siendo repudiado por su Alianza sobrevivió entre la corte de los milagros como limosnero y corta gargantas de baja estofa. Sus aficiones escuchar y transmitir historias, reales o no, pocas ciertas, algunas exageradas y la gran mayoría inventadas. 
Sobrevive gracias a la compasión de los Nómadas de la Bruma, que a pesar de ser humano, le brindan desde hace años su compasión y cuidados. Bueno para muchas cosas, útil para nada, sigue a estos feéricos mendigando buscando la compasión de los incautos inventándose poseer aquellos males que estén más en boga en el momento.
Caileen.
Desde pequeña la educación de Caileen fue orientada a servir en el mundo feérico como curandera, pero lo que en realidad llenaba su espíritu era la música, así que, tras cumplir los deseos de su familia y aprender el poder de las hierbas y ungüentos decidió que no quería ese tipo de vida y huyó para aprender y dedicarse a lo que más le gustaba: contar historias a través de la música viajando y aprendiendo (con mayor o menor acierto).
Endimion.
Este ya no tan joven shide, parece empeñado en no crecer y ser definitivamente un adulto. Su amor por las historias y la vida en la troope son ataduras demasiado fuertes como para que piense en sentar la cabeza. De risa fácil y un poco metiche, siempre está dispuesto a correr riesgos para poder escuchar, o protagonizar, una buena aventura, ya se sabe que las mejores creaciones literarias siempre tienen algo de autobiográficas.
Galerna.
Las canciones dicen que Galerna recibió el soplo del viento que le dio nombre en su corazón y que bajo sus alas de colores, se agita un temperamento violento e impredecible. Sin embargo, la joven nómada viaja alegre entre la bruma, entregada al estudio de las hierbas y plantas más enigmáticas y extrañas; disfrutando con los demás de la música y los relatos.
Idhún.
Serio y poco hablador, este oscuro duende contrasta con el resto de sus compañeros, mucho más festivos y alegres. Desde tiempos antiguos se dice que aquel que en las representaciones hace el papel de la muerte puede llegar a atraerla o alejarla a voluntad, y ese es Idhún, el Solitario, exiliado entre su propia gente, a veces una figura de mal agüero, a veces el último recurso de los moribundos…
Nuada.
Nadie sabe mucho de Nuada, historias contadas entre susurros dicen que su padre fue un noble caballero en la corte del rey Dagda, también se dice que ganó o robó el Airgetlám a Dian Cecht, aunque nadie lo ha visto nunca en su posesión, otros dicen que es un rey exiliado de un reino cuyo paso se perdió hace eras. Lo único seguro es que ninguno de los actuales nómadas lleva más tiempo que él en la compañía.
Mistral.
No hay jaula que encierre al viento, no hay mundo que contenga a Mistral. Hay mucho de fuego fatuo en este inquieto, alegre, voluble y caótico miembro de los Nómadas. La tranquilidad nunca reina a su alrededor y ni los tímidos ni los cobardes deberían frecuentar su compañía.
Pablonicus.
Herrero legendario, artífice de todo tipo de maravillas y artefactos encantados, este duende de la tierra apenas se deja ver por los extraños. Prefiere disfrutar de la compañía del resto de nómadas y evitar a los buscadores de espadas mágicas y demás impertinentes, que bien harían en trabajar su prudencia, no sea que acaben haciendo un pacto con las hadas por una espada cantarina…